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CRONICA DEL TIPO TRISTE Y LOS SECRETOS DE LAS CANCIONES

 

Por Karim López

Músico – Editor Invitado

Algún tiempo atrás, ahora que lo pienso, más incluso del que originalmente creía, cuando recién iniciaba la universidad quise ingresar a la banda músico-vocal de la misma. Eran días verdaderamente de inicio, pues no sólo comenzaba como ya dije los estudios superiores sino que también estaba en pañales – a falta de un mejor término – en mi vida musical. Entendía que por lo menos afinaba lo suficiente como para no pasar vergüenza en caso de tener que cantar solo, y las habilidades guitarreras iban por esa misma dirección, quizás unos grados un poco menos optimista.  Podía tocar los acordes de cualquier canción sin mucho problema, con una púa…y más nada. Difícilmente habilidoso, apenas competente. Lo que, viendo en retrospectiva, no me debió de sorprender en lo absoluto cuando, al ser (milagrosamente) aceptado en el músico-vocal, comencé a prestar atención a mis colegas de instrumento y eran tipos que me llevaban verdaderamente años luz a nivel de ejecución. Arpegios, punteados, solos, melodías, todo a dedo limpio…mientras yo rasgaba acordes discretos en el fondo, con una púa. Y pasó lo que advierten los coachs de autoayuda que no debe de pasar nunca: me comparé con los demás,  y las conclusiones eran miserablemente desfavorables. Por más que creía que tratara, no veía progreso en las habilidades, y en esas horas de desánimo sólo creía sentir la muda burla de los otros virtuosos encima mío: “Pobre diablo…”. En justa defensa de ellos nunca lo hicieron, pero así de exageradas ve uno las cosas cuando el desconsuelo nos comienza a tumbar el pulso.

En esas estaba cuando por esos días encontré surfeando en la televisión un especial de una semana de duración de la banda Oasis en MTV, en los afortunados últimos tiempos en que el canal se dignaba en poner algo de música todavía antes que los reality shows arroparan toda la propuesta. Conocía la música del quinteto desde finales de secundaria, era su fan acérrimo, de manera que no me fue para nada difícil quedarme fijo viendo todo el especial durante la semana completa que duró.  Aparte de las obligadas transmisiones de conciertos y videos musicales oficiales, el plato fuerte del especial  lo fueron las participaciones acústicas de cuando Noel Gallagher visitaba algunos de los espacios del canal para entrevistas. Versiones desnudas y honestas de las canciones que me enamoraron desde oírlas por primera vez  y que desde ese entonces había tarareado por lo menos unas mil veces, en igual número de circunstancias: desde la ducha hasta el automóvil pasando en noches solitarias de hacer la tarea. Lo que vi a partir de ahí fue una revelación para mí de carácter casi nivel bíblico, sólo faltando los relámpagos y voces de entre las nubes tan propios de dichos episodios. Todo lo que veía en la pantalla era un tipo, mayormente sentado en un taburete, guitarra acústica en mano, cantando canciones  a las que a mí, junto a millones de personas alrededor del planeta, nos habían puesto el mundo de cabeza… solamente rasgando acordes con una púa. “Un momento, un momento” me dije “pero si es igual a mí”. Noel Gallagher no necesitaba hacer acrobacias guitarreras como veía hacer a mis compañeros del músico-vocal. El sólo necesitaba escribir canciones que tocaran el corazón de las personas  de una manera más cálida que el virtuosismo instrumental. Y las tocaba justo de la manera en que yo hacía también, como yo pensaba que era una limitación mía, y no sentía ninguna vergüenza por ello. No era el “cómo”lo hacía, era el “qué” estaba haciendo, y ese “qué” era épicamente inmenso. “Wonderwall”“Champagne Supernova”“Talk Tonight”. Todas hechas con el mismo rasgueo rítmico, sin ningún tipo de parafernalia ejecutoria salvo la limpieza de los acordes. Y desde una oscura sala de estar, del otro lado de la pantalla, a miles de kilómetros de distancia y en un marco de tiempo distinto, un muchacho cantando emocionado las letras del tema. ¿Qué necesidad hay de querer ser un virtuoso si puedes escribir así y provocar esa clase de reacciones en los oyentes? Las canciones tienen un alcance más universal; recordé entonces a The Beatles y por qué cuarenta años después siguen siendo una referencia. Los han versionado en todos los ritmos y géneros imaginables y con cada versión los temas resaltan algún detalle que siempre estuvo ahí pero que dicho género en cuestión resaltó de una manera. Son las canciones; tenían que serlo. Ellos tampoco eran instrumentalmente prodigiosos. Hacía sentido que tipos como Noel los idolatraran también. El secreto fue finalmente revelado, el alma de la cuestión descubierta, y para este chico, entonces inseguro y desanimado debido a no tener la misma habilidad que sus colegas, cantando en una sala de estar del otro lado de un televisor,  resultó una experiencia salvadora. El sentimiento que me embargó puedo recordarlo aún hoy. “¡Eso es! ¡Son las canciones, no la técnica!” Estaba decidido: volcaría mi esfuerzo en escribir. Ya nos encargaríamos de la técnica más adelante en el camino..
Muchos años después de que un Gallagher con gafas oscuras y actitud de aburrido sobre un taburete que tenía todas las pintas de ser incómodo me mostrara el camino de la luz, y sin yo tener aún al sol de hoy la manera de agradecérselo, la idea todavía trata de mantenerse en el rumbo. Aunque puedo al menos admitir que soy ahora técnicamente un poquito mejor instrumentista que lo que era en esa época (y quizás algo más afinado a la hora de cantar), la banda que formé, Pranam, se puso en pie principalmente con la intención de ser una propuesta propia en medio del océano de cover bands que  existían en la escena en el momento que asomamos la cabeza. “¿Para qué tocar covers si podemos mejor nutrirnos de ellos y escribir lo de nosotros? ¡F**k yeah!”  Si ha valido o no la pena o si el legado vive a las expectativas de las intenciones, no me corresponde a mí determinar. Consideraciones existenciales aparte, igual nada puede quitar el buen sabor de boca meses luego del especial de MTV, cuando rudimentarias canciones que presentaba a mis compañeros del músico-vocal hacían más olas que los punteos imposibles de los guitarristas que, bajo su propia admisión, eran incapaces de escribir nada. Las chicas bonitas del grupo se acercaban con una petición que ya les adivinaba de antemano: “¿Podrías por favor tocar la canción esa?”, a la que yo con una sonrisa accedía. Y para mi mayor asombro, pasaba algo curioso: venían intrigados los súper guitarristas, les agregaban algún lick encima que soy el primero en confesar que a mí no se me hubiese ocurrido, y las canciones sonaban mucho mejor todavía, y graciosamente el status casi de profeta ante las chicas crecía. Pero sacando los favoritismos de conveniencia, ése, mis amigos, es el último secreto, y la enseñanza mayor. La música después de todo no parece ser  una competencia olímpica. Cada uno tiene su rol en ella, y todo el producto final se beneficia por eso. Sólo por favor no le digan a las chicas bonitas; después no van a querer acercarse más y dirán que fue porque tuve ayuda de los otros. Ese secreto piadoso guardémoslo entre nosotros.   

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